Page 30 - Cuidemos la VIDA
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9. Cuando la culpa no la tiene el río

                  El agua estaba subiendo. Ya no podían quedarse mucho tiempo más.

                  Anita, de diez años, ayudaba a su hermano Lucas, de doce, a subir las cosas que no
                  podían  llevarse  al  techo  de  la  casa.  Habían  metido  la  ropa  y  los  libros  en  bolsas  de
                  plástico que ahora colgaban de una soga, atada en la viga del techo. Mientras, los papás
                  estaban subiendo la tele, el ventilador, y cajas con alimentos a la mesa de la cocina.

                  Seguía lloviendo. El agua ya les llegaba a las rodillas y empezaban a tener frío, por las
                  zapatillas y la ropa mojada.

                  Manchas,  el  perro  de  Ana,  seguía  con  atención  todos  sus  movimientos  trepados  a  la
                  cama marinera de Lucas. No entendía muy bien qué hacían los chicos. Parecía un juego.
                  Sin embargo, intuía que algo extraño sucedía… ¡Había tanta agua dentro  de la casa!
                  Como era cachorro y apenas había cumplido un año, esta era su primera inundación.

                  Ana lo miró y le sonrió. Sus orejas enseguida se irguieron alertas, y empezó a mover la
                  cola  muy  gracioso  ahí  arriba  de  la  pila  de  colchones.  Manchas  no  tenía  por  qué
                  preocuparse, ella no lo iba a dejar por nada del mundo.

                  Todos tendrían que ir, como la última vez, a la escuela. Allí se encontrarían con otras
                  familias,  parientes,  vecinos.  Y  gente  de  lejos  que  no  los  conocía,  donaría  colchones,
                  frazadas, ropa seca, que los ayudaría a pasar los primeros días y esperar a que el agua
                  baje. Mientras tanto, tendrían un plato de comida caliente y un lugar donde estar a salvo
                  del agua y del frío. Ellos agradecían todo, pero lo que más les hubiera gustado era no
                  tener que dejar su casa, y todo lo que tenían, sin saber cómo lo encontrarían cuando
                  pudieran volver.

                  Ana y lucas sabían (lo habían escuchado decir muchas veces a los grandes) que ni el río
                  ni la lluvia tenían la culpa….

                  El río era hermoso en verano. A la luz del Sol, grandes y chicos lo disfrutaban por igual,
                  cada uno a su manera. Algunos zambulléndose, otros pescando.

                  El  abuelo  y  el  papá  de  Lucas,  que  pensaban  distinto  en  muchas  cosas,  estaban  de
                  acuerdo en que las inundaciones se habían hecho más frecuentes y más serias en los
                  últimos años, desde que habían comenzado a talar sistemáticamente grandes extensiones
                  de selva en la cabecera del río. Talaban, rellenaban las zonas pantanosas y el pajonal
                  que  lo  bordeaban  y  hacían  negocios  con  los  terrenos…para  los  más  humildes,  los
                  terrenos de la costa, los que con la crecida se anegaban. Para los que podían pagarlos
                  bien, y no querían saber nada con las inundaciones, los más altos…
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